Que Tim Burton se ha convertido en uno de los realizadores más personales e imaginativos de los últimos tiempos, es un hecho contrastado por los cientos de niñas góticas que lucen a Jack Skeleton en su bolso, elevándole a la categoría de icono del pop. Sin embargo, si escarbamos en su ya dilatada filmografía, nos daremos cuenta de que no es oro todo lo que reluce y hay títulos que no terminan de comulgar con su estilo. El batacazo de su segunda incursión en el cine más comercial (no olvidemos que estuvo detrás de los primeros "Batman") con "El planeta de los simios" le supuso un gran punto y aparte, pero supo reconciliarse con su público gracias a esa joya que es "Big Fish". Por desgracia, sufrió una recaída en "Charlie y la fábrica de chocolate", un intento frustrado de retomar su vena gamberra expuesta en "Mars Attacks!", que trató de redimir homenajeando a "Pesadilla antes de Navidad" en la descafeinada "La novia cadáver", la cual no deja de ser otra película de Walt Disney con calaveras. Está visto que, en el caso de Burton, cualquier tiempo pasado fue mejor y lejanas quedan ya obras maestras como "Eduardo manostijeras" o "Ed Wood". Por eso, cuando supe que en su próximo proyecto volvía a alejarse de la palabra remake para dar forma a este musical sobre las tropelías de un barbero asesino, hube de alegrarme porque la idea sonaba Burtoniana por todos lados. "Sweeney Todd" nos sitúa en el Londres de principios del siglo pasado, donde el barbero Benjamin Barker es alejado de su familia y condenado por un delito que no cometió. Quince años después, Barker regresa a la ciudad con el fin de vengarse del juez Turpin. Aquí encontramos el primer tropiezo del film. Burton no se corta un pelo cuando de abrir gargantas se trata, y deja correr la sangre a borbotones, sin reprimir su fanatismo por
la Hammer tan presente en "Sleepy Hollow". En cambio, soluciona la escena del "secuestro" de la esposa de Barker, recurriendo a un sutil flashback, de una forma infantilona, casi mojigata. Si quieren que odiemos a alguien, no podemos omitir datos así, por las buenas. Alan Rickman está un poco desaprovechado, en ese sentido. Johnny Depp sustituye las tijeras por navajas de afeitar, en un papel que reafirma su condición de actor fetiche de Burton y le ha valido un merecido Globo de oro. Se agradece verle en una actuación más oscura y menos histriónica que las últimas. Helena Bonham Carter es el otro plato fuerte de la función. La actriz parece sacada directamente de alguna de las páginas de "La melancólica muerte de Chico ostra" y el personaje de Mrs. Lovett rebosa humor negro por los cuatro costados. En general, el reparto cumple y sorprende, tanto en su faceta interpretativa como vocal. Con todo, se echa de menos la buena mano de Danny Elfman. Hay breves destellos de genialidad que nos remiten al Burton más cruel como, por ejemplo, cuando Barker y Lovett se despachan a gusto con el clero y la burguesía londinense. No obstante, también asistimos a una de las secuencias más ñoñas y sonrojantes desde que la Disney se fue al garete. Estoy hablando del momento "I feel you Johanna" protagonizado por la pareja de mozalbetes, que bien podría haber sido eliminada en vista de la nula trascendencia que ambos tienen al final. Pero no cabe duda de que lo más flojo de la película es con diferencia el ritmo. Conste que a mí me gustan los musicales. Salvando las distancias, "La tienda de los horrores" de Frank Oz es un musical y su ritmo me parece envidiable. En manos de Burton, la estética está por encima de los acontecimientos. Está "tó atrezzao" (¿creíais que aquí os ibais a librar, muchachada?), la fotografía es preciosa, digna de anuncio navideño de colonia. Lo demás ya es otro cantar.
Texto: Manu Riquelme