lunes, 11 de febrero de 2008

"LOS CRÍMENES DE OXFORD": No es otro estúpido Código Da Vinci



El público español ha recibido el último trabajo de Álex de la Iglesia con una respuesta un tanto tibia, tirando a fría. Todo se reduce a una simple cuestión de expectativas. El espectador medio y poco curtido en el arte del diálogo entra a la sala confiado en que "Los crímenes de Oxford" es otro thriller amparado en la fórmula de los best sellers de misterio, mientras que los seguidores del director vasco deseamos ver extrapolado su esperpéntico humor a la industria hollywoodiense. Ni sí, ni no, ni todo lo contrario. No he leído la novela de Guillermo Martínez que da título a la película, así que no puedo juzgarla en términos de adaptación. Tampoco puedo ocultar mi más profunda devoción por de la Iglesia, ya que me parece con mucho el realizador más personal e inteligente que el nuevo cine español ha dado de sí. No obstante, cuando analizamos su cada vez más poblada filmografía, a veces olvidamos que no es la primera vez que el autor de las geniales "El día de la bestia" y "Muertos de risa" se va a hacer las Américas y obviamos que en "Perdita Durango" se desmarcó de su faceta más gamberra. Es evidente que Álex de la Iglesia ha madurado, cinematográficamente hablando, hasta el extremo de afrontar el reto de abordar este encargo con una factura inmejorable. Me remito a los brillantes flashbacks o a ese plano secuencia que recorre las calles donde, uno por uno, se disponen los sospechosos a modo de piezas de un tablero, como si de una gran partida de Cluedo se tratara. "Los crímenes de Oxford" nos presenta a Martin, un joven aspirante a matemático, defensor a ultranza del azar, que se hospeda en casa de una vieja amiga del profesor Arthur Seldom, fundamentalista de la lógica, con el fin de que éste le supervise en su tesis. Esta confrontación ideológica desemboca en una serie de asesinatos cuyo denominador común es la arbitrariedad de sus víctimas. Las hipótesis se suceden. John Hurt brilla con luz propia en el papel de Seldom y resulta tan convincente en su discurso que nos creemos todas y cada una de las palabras que emergen de su boca, frente a un correcto Elijah Wood tratando de quitarse el sambenito de Frodo como buenamente puede. En medio de todo está el personaje florero de Leonor Watling, que se limita a enseñar cacho (no seré yo quien se queje) y poco más, pero falta química entre ella y Wood. Sea como sea, su rol es crucial en este triángulo amoroso para ilustrar la obsesión que roza la homosexualidad reprimida del protagonista por Seldom, y queda patente en escenas cargadas de simbolismo como la del aeropuerto. Pasando por alto sus defectos (que haberlos los hay) y centrándonos en sus virtudes, es insultantemente obvio que "Los crímenes de Oxford" es de lejos el film menos reconocible de Álex de la Iglesia. Pero también es un ejercicio bien resuelto en sentido homenaje al maestro Hitchcock (la sombra de Bernard Herrmann es alargada en la partitura compuesta por Roque Baños) y un punto de inflexión decisivo en la carrera del cineasta.

Texto: Manu Riquelme

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